Amamos leer

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miércoles, 2 de julio de 2008

LA PATRIA QUE TENGO

Hay un templo que nos habita y nos acompaña desde el primigenio instante de la concepción hasta que por fuerza mayor fenecemos. Ese templo se construye como una geografía que la naturaleza va forjando con el transcurrir del tiempo, quizá, más exactamente, no hacemos nuestras vidas sino que es esa casa que se edifica a partir de nosotros y que llegado una proximidad con la divinidad no soporta la prístina sensación de ser uno con Dios y con el cosmos y finalmente vuelve al caos. Es lo que Mircea Eliade llama "el eterno retorno", somos el fluir permanente del orden y del caos que nos configura.
Desde el momento de la creación, el hombre vio que lo que lo rodeaba era bueno y hermoso pero no vio todo lo que precedió a su estadía, perdida la memoria de lo que constituye el caos, el ser humano pretende instaurar un orden perpetuo que se refleja en sus actos y acciones. Pero hay un elemento discorde en este supuesto orden, el elemento que podemos llamar negativo, y es que por naturaleza guardamos dentro la ambivalencia de los contrarios; elementos que se manifiestan continuamente para enfrentarnos a nosotros mismos, a convicciones y paradigmas que tenemos acendrados en nuestro sistema de configuraciones y que, aunque a veces lo afrontemos, la más de las veces nos dejamos envolver.
Esa patria que somos y que como dice Milagros Mata Gil está en nosotros, es decir somos nuestro propio templo, y a su vez ese espacio se construye de acuerdo a la relevancia que le demos al Dios que habita en nosotros. Es lo que Gastón Bachelard nombra como morada, cuando el espacio físico, "real" y tangible se aproxima tanto a lo que somos que nos reconocemos en él, "aprendemos a «morar» en nosotros mismos".
Por ello, el hombre moderno, entendido como ese hombre que ha sufrido un proceso de desmitificación y de divorcio con la divinidad, descree de la fidelidad del cuerpo a los espacios que lo rodean, nos acostumbramos a malograr el templo que somos, destruimos lo que hay alrededor y lo que hay dentro también. Vale decir que Mircea Eliade lo percibe como un ser que aunque conserva las formas de la religiosidad, es una religiosidad "camuflada" y de "ritualismos degradados".
La noción de dentro y fuera está presente pero no guarda relación alguna con el tiempo cósmico y por ello no podemos captar la esencia de las cosas. Para volver a lo que perdimos, a la patria que hay en el ser, se debe retornar a la consagración del espacio -entendido no el espacio que vemos sino el que está en nosotros- para brindarle esa caricia que arropa y envuelve como toda patria sabe hacerlo.
Esa noción poética de patria permanece en la conciencia de aquellos hombres y mujeres que han sabido guardar en la memoria una asociación configurativa de su "morada" y la casa materna. Es increíble como la casa de la infancia, la casa materna nos conforma y recupera la idea de templo que perdimos. La segmentación que hay en ella está en nosotros. Somos habitaciones amplias si había allí una prodigiosidad de espacio del cual gozar; somos jardines repletos de sabidurías en la medida en que conservemos la voz de la abuela dándonos la receta para la gripe o el mal de estómago; somos un templo vivo si tenemos arraigo a un lugar que haya dibujado la personalidad que nos distingue. Tal vez la idea de relatividad, de desidentificación se aproxima a lo postmoderno (¿posmoderno?), vale decir, ¿cómo salvar ese espacio-templo para afianzarnos en lo que somos y retornar a una perfecta comunicación con los dioses? ¿Vale la pena? ¿Quién cree en lo que hoy me atormenta?
Esta palabra es verdad y mentira porque ella es hechura de hombre y naturaleza y por lo tanto es orden y caos. No crean nada.
Por: Yildret Rodríguez