Amamos leer

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sábado, 10 de enero de 2009

LA LUZ EN LAS PUPILAS

Nunca supe de fechas, ni de eneros, ni abriles, ni agostos; sólo sabía del tiempo por el rostro de la gente. Cuando iban tristes y vestían de colores violetas, era la semana santa; si jugaban con agua, era carnaval; si me llevaban al carrusel, eran las fiestas a la virgen; y cuando todos sonreían, era navidad. A la navidad también la olía en las brisas frescas que nos visitaban, en el candor de la gente: se pulían de esperanzas, caleaban sus casas y escurrían guirnaldas al cielo; prendían cohetes que hacían llorar a los perros y los villancicos alumbraban en las tardes gloriosas. Adoré la navidad con locura. Esperaba al Niño Jesús con el corazón desbocado, la luz en las pupilas y una corona de dientes en el rostro. Me levantaba a las seis –nunca tan temprano- para rendir culto a las muñecas, a los cochecitos, marionetas, tíos vivos o a cualquier otro pequeño dios que bajaría de cielo en plena madrugada.

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