Esta es la historia de Federico, un maestro del 4to grado. Todos los días se levanta con la firme convicción de que enseña a sus chicos y chicas los conocimientos necesarios para desarrollarse como los mejores seres humanos. Aunque su ánimo, al mirarse al espejo en las mañanas, es muy bueno, cuando regresa al mediodía vuelve cansado, hostigado y con la sensación de haberse equivocado de profesión. Sus reflexiones, después del almuerzo, son: ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Será que los muchachos realmente están aprendiendo? ¿Les resulta agradable la forma como yo les doy la clase?
Y así transcurrían los días y Federico sentía sobre sus hombros el enorme peso de ser un maestro que no estaba cumpliendo con su misión. Su mayor tristeza era cuando llegaba con algún cuento, que él sabía que realmente era hermoso, y les decía a sus alumnos que lo leyeran para que dijeran cómo eran sus personajes, cuál era el narrador, cómo era el ambiente y algún otro aspecto que consideraba importante para comprender el cuento; y sin embargo, las expresiones más comunes de sus alumnos eran: ¡Qué aburrido! ¡Otra vez con eso! ¡Nooooooo!
Por supuesto, esta situación lo frustraba y lo hizo reflexionar: ¿Qué estaré haciendo mal? En mi práctica educativa, ¿qué está fallando? ¿Por qué, a pesar de los esfuerzos, no llego a mis alumnos? Después de mucho pensar llegó a la conclusión de que la educación no sólo se basa en las buenas intenciones que se puedan tener sino que además debemos mediar a través del conocimiento y dominio de estrategias para llegar al alumno. Quiere decir, que la lectura y la escritura me pueden servir -pensaba- para desarrollar estrategias de enseñanza y de aprendizaje. Pero, si la manifestación más común de mis niños es que la lectura les resulta aburrida, ¿qué debo hacer para que la lectura les agrade? Fue así como Federico decidió orientarse mejor. Comenzó por investigar.
Primeramente encontró que tenía que tener claro el concepto de promotor y además el de animador. Estos roles, según lo investigado, debían ejercerlos todos los maestros.
Como Promotor encontró que “es quien impulsa algo, quien pone en tensión sus aptitudes y los instrumentos de que dispone con el fin de conseguir un propósito.” (Andricaín, Marín y Rodríguez, 1997) Si esto era ser promotor, le pasó lo que muchas veces nos sucede cuando buscamos una palabra en el diccionario y nos remite a otro concepto, es decir, ¿qué es
Pero, si lo que acabo de leer, coincide con lo que decía Solé, yo de alguna manera he promovido lectura, ¿será que no he usado las mejores estrategias? Cuando a nosotros no nos agrada algo es porque de alguna manera ha agredido nuestro fuero interno, y por ende, la mejor manera de que redescubramos lo bello y lo bueno que puede ser y de lo cual podemos aprender mucho, es que nos la den por la vía de las cosas agradables.
De la misma manera volvió a preguntarse ¿Bajo qué perspectivas he usado yo la lectura y la escritura? Creo que sólo he pretendido que mis niños vean que por medio de estas actividades podemos aprender y no que también podemos disfrutar. ¿Acaso cuando yo mismo leo un cuento no lo he hecho porque me gusta, porque me divierto y no únicamente porque tengo que aprender? ¿Acaso cuando me comunico a través de la escritura no lo hago porque necesito decirle a los demás lo que pienso? Estas reflexiones de Federico, lo hacían comprender cada día más que su práctica docente, hasta ahora, se había desarrollado bajo una concepción tradicionalista.
Pero, en concreto, ¿qué puedo hacer para que los chicos se motiven hacia los libros? Federico también había encontrado una palabra que le llamaba la atención: Animación. ¿Y qué es eso?
Si esto era lo que llamaban animación, yo puedo ser un animador y promotor porque las condiciones principales para serlo son: el gusto por la lectura y la escritura, ser un lector y escritor activo, creativo, preparado, con disposición al trabajo, con entusiasmo, jovial, con confianza y objetivos claros; en otras palabras ganado al éxito y al gusto de ver a sus alumnos felices con un libro en sus manos, y satisfechos con sus producciones escritas. Y como, ésas son mis características, puedo lograrlo…
Federico estableció ciertas prioridades para animar a los alumnos hacia la lectura:
- Seleccionar los textos adecuados al grupo.
- La selección debe incluir diversidad de textos, es decir, tantos libros como intereses particulares haya.
- Estar de acuerdo con que no sólo en el aula de clase se puede dar la promoción, sino que hay ambientes muy buenos para animar, con mayor precisión, determinados textos, tales como: un parque, la biblioteca escolar, la biblioteca pública, áreas acondicionadas para tal fin, etc.
- Además del espacio, el horario debe ser flexible y adecuado a la situación, es decir, hacerse cuando el momento lo requiera. Para ello, debo estar muy pendiente de cuándo intervenir.
- Que no siempre la lectura debe generar una actividad escolar sino que podemos hacerla por pasar el rato simplemente.
- Estar consciente de que cada uno de mis alumnos lleva un proceso a su propio ritmo, sin ninguna competencia.
- Que debo aprender mucho de otras disciplinas que me ayudarán a desarrollar mejor las estrategias como el teatro, la pintura, los títeres, la danza, la tradición popular o folclor.
- Que esta actividad implica conocer todo lo que rodea a los niños, como sus padres, el nivel educativo y socioeconómico de ellos, sus intereses, la cultura donde se desenvuelven, entre muchas cosas más; todo esto para prevenir cualquier acción negativa hacia la actividad que vaya a desarrollar y aún, hacia el texto mismo.
A pesar de todas las inquietudes que a Federico se le iban presentando, él se sentía feliz porque tenía ciertas herramientas para mejorar como docente, además consiguió ciertos libros que tenían muchas estrategias específicas de lectura y escritura, tales como: Animación y Promoción de