Amamos leer

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miércoles, 27 de agosto de 2008

Los títeres


¿Qué es el títere?
El títere es la representación del mundo lúdico y onírico del niño, es la materialización de la capacidad imaginativa que éstos tienen. Fundamentalmente es un tipo de teatro en el cual el actor cede su rol protagónico a los muñecos. Se sabe que también es especial para niños pues el pequeño se identifica de tal manera con os muñecos que éstos pasan a ser un símbolo a través del cual manifiestan sus deseos, motivaciones, tristezas, miedos. Según Berta Finkel, “El títere es, en primer lugar, un muñeco que se anima. Alguien a quien el hombre creó, a quien maneja, como maneja al niño y que, sin embargo, tiene vida propia, como la tiene el niño. Este siente en el títere una condición bastante parecida a la suya: obedece, pero extraña su libertad” (p. 15)
¿Qué se necesita para hacer un montaje de títeres?
1. Guión:

Existen muy buenos textos de títeres que puedes usar o también puedes diseñar tu propio guión. Debes tener en cuenta que el teatro de títeres debe ser para el niño, ante todo, un acto lúdico en el que se mezclen la imaginación, la creación, la alegría y la belleza. Si usamos la obra para acentuar lo didáctico solamente desvirtuamos la esencia del teatro de títeres y el niño lo percibirá. Esto no quiere decir que el teatro de títeres no sea didáctico per se, pero ésta debe ser una característica oculta. Por lo tanto, debemos evitar las obras que traten de enseñar a los niños cómo cuidar la naturaleza, cómo ser buenos eternamente o cómo cepillarse los dientes, por ejemplo.
*El guión debe ser corto para una puesta que incluya música, cantos y juegos, y que aún así no debe exceder los 45 minutos para no abusar de la retentiva del niño.
*Debe tener marcadas las acotaciones correspondientes para el buen seguimiento del montaje.
*Debe considerar la introducción de música, bailes, cantos y juegos en el momento oportuno.
*Debe seguir el orden canónico de la narración: introducción, nudo y desenlace.
*Se debe aprovechar al máximo el nudo para explotar la tensión en el niño.
*Se deben crear situaciones que le den ambiente a las obras como pausas, silencios, diversas tonalidades de la voz, música, luces diversas, sombras chinescas, entre otros.
2. Narrador:
El títere narrador está en la obra y fuera de ella. Conduce el espectáculo y participa a la vez en él. Hace el papel de guía, ayuda al niño en la comprensión del conflicto y lo motiva para sus posibles soluciones.
Los cuentos infantiles gozan permanentemente de un narrador omnisciente que, en la adaptación del cuento al teatro, éste debe convertirse en un personaje más con ciertas peculiaridades: es distinto físicamente del resto de los personajes. (por ejemplo, puede ser un bufón, un payaso, un mimo, un Pierrot, un animal, entre otros). El narrador debe ser alegre, compartir con los niños, por lo tanto debe procurar identificarse con las anécdotas de los niños o la comunidad: aprenderse sus nombres o el de sus maestras para hacerlos co-partícipes del juego titiritesco. También puede solventar algún conflicto del momento: algo que se cae, la interrupción de un hecho externo. Claro, debes tener en cuenta que el narrador no debe suplir atmósferas o acciones propias de los personajes como por ejemplo que el narrador diga: “Y ahora viene conejín y le grita a la conejita” pues para ello está la actuación.
3. Personajes:
Los personajes deben tener rasgos marcados y tipificados en el niño: el bueno, el malo, la princesa, la bruja, el tonto, el diablo, etc. Es preferible las obras que contienen pocos personajes.
4. Teatrino:
El teatrino es el lugar en el cual los actores se ocultan para dar paso al muñeco. En el teatro tradicional consiste en una caja negra en la cual se asoman los muñecos con una escenografía de fondo. Este se puede elaborar con tubos y tela o bien con material reciclable tales como cajas grandes de cartón, papel y pinturas.
Sin embargo, en el teatro de títeres contemporáneo, los actores son vistos por el público y a veces los teatrinos son muy versátiles y adaptados a la obra tal; o, en otros casos ni siquiera se usa.

PD: En una próxima entrega te daremos ideas de cómo hacer un títere de guante.

viernes, 8 de agosto de 2008

Un cuento sabio...

El diente roto

Pedro Emilio Coll

A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granu­jas, recibió un guijarro sobre un diente: la sangre corrió, lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.
Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada —sin pensar—. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo.
Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los veci­nos y transeúntes, víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita trans­formación de Juan.
Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá dentro, en la oscuri­dad de la boca cerrada, su lengua acariciaba el diente roto —sin pensar.
— El niño no está bien, Pablo —decía la madre al ma­rido—; hay que llamar al médico.
Llegó el doctor, grave y panzudo, y procedió al diagnós­tico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.
—Señora —terminó por decir el sabio, después de un largo examen—, la santidad de mi profesión me impone a declarar a usted...
—¿Qué, señor doctor de mi alma? —interrumpió la an­gustiada madre.
— Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible —continuó con voz misteriosa— es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi esti­mable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra: su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.
En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto —sin pensar.
Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo, se citó el caso admirable del «niño prodigio», y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más, quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison, etcétera.
Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos pero que no leía, distraído por la tarea de su lengua, ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto —sin pensar.
Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y «profundo», y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu su­perior, entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto —sin pensar.
Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, aca­démico, ministro, y estaba a punto de ser coronado Presi­dente de la República cuando la apoplejía lo sorprendió, acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.
Y doblaron las campanas, y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nom­bre dé la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.

jueves, 7 de agosto de 2008

Del reservorio popular venezolano

Tío Conejo en el entierro de Tío Tigre

Esta era una vez que Tío Tigre le tenía mucha rabia a Tío Conejo y se puso a discurrir una manera segura de atraparlo, pues se le escapaba siempre. Entonces resolvió hacerse el muerto y le dijo a unos amigos que fueran a avisárselo a Tío Conejo.
Lo hicieron así, y la noche señalada para el velorio todos los amigos de Tío Tigre fueron llegando vestidos de luto, y empezaron a llorar.
A Tío Conejo le habían avisado de la muerte de Tío Tigre y también fue al velorio.
Al llegar a la casa, Tío Conejo se puso a observar: unos hablaban bajo, otros lloraban y otros cantaban.
Tío Mono decía acompañado del violín:
—Déjalo entrar, déjalo entrar...
Y Tío Zamuro, con su bandola:
—Lo tengo seguro, lo tengo seguro...
Al ver esto, Tío Conejo empezó a tocar su cuatro y cantaba:
—No me tires chicharrón de cuero. No me tires chicharrón de cuero...
Y sospechando algo, fue hacia la puerta y preguntó:
—Y Tío Tigre, al morir, ¿no movió la pata? Porque todos los tigres al morir mueven una pata...
Entonces, Tío Tigre, que estaba oyendo todo, movió una pata. Y Tío Conejo, que se dio cuenta del plan de Tío Tigre, dijo:
—Muerto no se mueve, muerto no se mueve. Y salió en carrera.