Mi primo Miguel que vivía en en el barrio de arriba me vino a buscar para ir a la cancha . Cuando mamá lo vio llegar comenzó la cantaleta: que los vagos, que la perdedera de tiempo, que hay que estudiar, que había que arrancar la yerba, que viniera temprano, que no me pusiera los tennis, que los malandros, que........., que......., ¡Qué me largo, carajo!
En el camino apostamos: el que encestara más veces le tendría que entregar al otro su mayor tesoro.
Comenzó el juego, cabeza ¢e chicle se empató en mi equipo. Para mí era pan comido: mi primo era un piche medio metro y yo.... viejo precoz como me decían en el liceo. Arrancó con un pitazo durísimo ¡¡¡¡¡¡¡¡Pppppprrrrriiiiiiii!!!!!!!!! Que Robertico sabía hacer con los labios.
¡Maldita suerte! No pude encestar ni una. Miguel sonriente y complacido se acercó a mi oído y con lenta , suave y dulce pronunciación, me dijo:
-Quiero las monedas antiguas que te dio el abuelo.
¡Patada en el higado! ¡Golpe bajo! Miguel sabía cuánto valor tenían para mi.
-¡Nunca!, son mías.
-Era una apuesta.
-¡No!
-Tú aceptaste.
-¡No!
-Si.
-Si, acepté, pero te estás aprovechando. Menos ahora que las clasifiqué, las pegué en el album, compré ese album con mis ahorros.
-Apuesta es apuesta.
Sentí que se me bajaban los fluidos ante lo que tenía que decir:
-Está bien.Lo hice subir a la platabanda para que mamá no se diera cuenta. Busque el album y aunque sabía que tenía que entregarlo, me resistía. Hubo como cinco minutos de forcejeo leve que fue aumentando hasta que ¡ZUAS! En el cielo rosado del atardecer volaba el album como un pájaro negro de la avenida.
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